Fundador de Victoria

Fundador de Victoria
Comandante Bernardo Muñoz Vargas

lunes, 19 de octubre de 2015

Las Causas De La Guerra Del Pacifico

a)     Defectuosa delimitación fronteriza, entre las repúblicas de Chile y Bolivia.
b)    Difícil situación económica de las repúblicas de Bolivia y Perú.
c)     Explotación de riquezas por capitales Chilenos, en la zona cuyos limites no estaban bien precisados.
d)    Incumplimiento, por parte de Bolivia del tratado chileno-boliviano de 1874.
e)     Aspiraciones hegemonías de Perú en la región del pacifico sur.
f)   Confiscación de los bienes de las compañías mineras chilenas y remates de las      salitreras ordenado por el presidente de Bolivia general Hilarión Daza.
En ese entonces -1879-, la frontera de Chile llegaba hasta Tarapacá, por lo cual Antofagasta formaba parte del territorio boliviano. Más al norte, Arica e Iquique eran parte del Perú. A pesar de todo esto, la riqueza salitrera que cubría el suelo antofagastino era explotada por capitales extranjeros, fundamentalmente chilenos.
Precisamente un año antes que comenzara la Guerra del Pacífico el presidente boliviano Hilarión Daza había impuesto a la mayor productora de salitre, la firma chilena Compañía de Salitres y Ferrocarriles Antofagasta, un impuesto de diez centavos de peso boliviano por cada quintal embarcado del producto. Con ello, no sólo quebrantaba los tratados firmados con Chile en 1866 y 1874, sino que  demostraba claramente no querer buscar acuerdos pacíficos a los problemas presentes.
Inútilmente la cancillería chilena reclamó lo ilegal del acto boliviano, exigiendo el cumplimiento del tratado de 1874, en el cual Bolivia se había comprometido a no aumentar, durante 25 años los impuestos a "las personas, industrias y capitales chilenos que trabajasen entre los paralelos 23º y 24º".
Chile hizo ver que el cobro de ese impuesto implicaba la ruptura del tratado y que, por lo mismo, ellos podrían hacer valer sus antiguas reclamaciones territoriales. Estas consistían en que la frontera de Chile y Perú se había establecido en el río Loa (23º de latitud sur). Cuando se creo Bolivia, sus gobernantes estimaron conveniente tener salida al mar por lo que se establecieron en Cobija, territorio indiscutiblemente chileno, sin embargo Chile se mantuvo indiferente. Al descubrirse grandes reservas de guano y minas de oro plata y cobre; ante este hecho, Bolivia declaró tener posesión sobre toda la región hasta el paralelo 26º de Lat. sur. La empresa nacional, apoyada por el gobierno chileno, se negó a pagar el tributo que consideraba completamente ilegal. Sin embargo, el gobierno boliviano, que estaba decidido a seguir adelante, ordenó el remate de la compañía salitrera.
De esta forma, llegó el 14 de febrero de 1879, día que los bolivianos habían fijado para el remate de la empresa y fecha establecida para la ocupación por parte de las tropas chilenas.
           En esa mañana  de 1879 amanecieron anclados frente al puerto de Antofagasta parte de la flota nacional: el Blanco, el Cochrane y la corbeta O'Higgins. De ellos desembarcaron los hombres que, al mando del marino y futuro presidente de Chile don Jorge Montt, tomaron bajo su control la ciudad. Entre los ocupantes de la población (más del 90% era chilena) el coronel Sotomayor, al manejo de las tropas de tierra, avanzó en correctamente hacia la plaza Colón, lugar en que con caballerosidad ordeno al prefecto boliviano Severino Zapata a deponer las armas y rendirse.
Sin otra alternativa, Zapata y sus desarmados soldados partieron rumbo a Calama.
Chile no quería ir a la guerra, pero cuando quedó al descubierto que en 1873 Bolivia había firmado con el Perú un pacto secreto que los obligaba a respaldarse mutuamente ante "toda agresión del exterior", el ministro de Relaciones Exteriores chileno declaró que "la guerra es el único camino que nos queda".

En sesión secreta del Consejo de Estado algunos de sus integrantes, dudosos de las posibilidades chilenas en el conflicto, no se demostraron partidarios de éste. Sin embargo, el 2 de abril de 1879, el Presidente Aníbal Pinto declaró la guerra a Perú.

jueves, 15 de octubre de 2015

José Miguel Carrera, el prócer en el siglo XXI

Hoy se conmemoran 230 años del líder independentista, alguna vez considerado el Padre de la Patria. Figura polémica, nuevas publicaciones destacan paso por Argentina y su imagen heroica.

Pablo Marín 15 de octubre del 2015 

Más de un observador ha dicho, a propósito de enemistades y desencuentros políticos del Chile contemporáneo, que si carreristas y o’higginistas todavía no entierran el hacha, qué queda para el resto. Hace seis años, y empapado de un conciliador espíritu bicentenario, el Congreso Nacional creyó adecuado un abuenamiento: situó juntos, a la entrada del edificio, los bustos de José Miguel Carrera (1785-1821) y Bernardo O’Higgins (1778-1842), lo que en palabras del presidente del Senado, Andrés Zaldívar, era “un homenaje a quienes lucharon, desde sus distintas visiones, por la independencia de Chile, simbolizando de esta manera los valores de la unidad y el entendimiento”. Otro tanto ocurrió en 2010 en plena Alameda, a pasos de La Moneda, hasta donde fue transportada la estatua ecuestre de Carrera, para quedar junto a la de quien fue alguna vez subordinado y aliado, pero luego su némesis, se diría que hasta hoy.
Precisamente hoy, en que se conmemora el 230° aniversario de su natalicio, viene al caso preguntar por Carrera. Preguntar quién fue y quién es hoy en función de la imagen que de él se ha ido construyendo, de la evidencia acumulada, de la leyenda y de las ideas recibidas. Pero también, y sobre todo, de lo que en años recientes se ha descubierto, reflexionado y publicado. Porque en el siglo XXI hay aún novedades con el “príncipe de los caminos”, todavía objeto de polémicas y de ardorosas defensas, en particular de parte de los carreristas.
Ahora, más allá de las opiniones, es casi inevitable que éstas pasen por el tamiz de la visión mítica de la historia: la de los héroes fundadores y sus epopeyas. También cuesta no pensar a Carrera en función de O’Higgins. En lo que toca al público, la serie Bicentenario Héroes, de Canal 13 (2007), los tuvo frente a frente, encarnados respectivamente por Diego Casanueva y Julio Milostich. Ambos fueron candidatos también a Grandes Chilenos (TVN, 2008): Carrera llegó noveno; O’Higgins quedó fuera del Top 10.
Tal como lo ve Cristián Guerrero Lira, del Depto. de Historia de la U. de Chile, “la visión sacralizada de estos héroes terminó por imponerse, independientemente de la veracidad de los dichos respecto de ellos, o de la parcialidad desembozada que mostraban sus seguidores y también sus adversarios”.  Agrega que “no se puede comprender al uno sin el otro, tanto en lo político como en lo militar. Son una dupla historiográficamente consolidada. Hay similitudes en las metas, pero diferencias en los métodos: Carrera da cuatro golpes de Estado, O’Higgins no lo hace; militarmente, O’Higgins es más arriesgado y Carrera es más de dirigir tropas. Por otro lado, las metas políticas aparecen más claramente definidas en O’Higgins considerando, eso sí, que a Carrera le correspondió gobernar en una época (la Patria Vieja) en que la finalidad del proceso revolucionario no estaba tan definida. Lo claro es que tuvieron sus diferencias, y graves, y que ellas han sido tomadas por sus admiradores y exageradas a un nivel increíble”.
En diciembre próximo el propio Guerrero aportará al debate con la publicación, en la revista Historia 396 de la UCV, de un ensayo en el que examina el rol que le cupo a José Joaquín de Mora en la construcción de la imagen heroica de Carrera. El jurista español dio en 1828 el discurso fúnebre tras repatriarse desde Mendoza, por iniciativa estatal, los restos de Carrera y de sus hermanos Juan José y Luis (fusilados, como él, pero en 1818). Sin mencionar a O’Higgins, Mora describió a Carrera como un iniciado en el “arte sublime” de “prever de lejos las necesidades que se han de desarrollar en lo futuro”. Consigna también Guerrero que en 1921, para el centenario de su muerte, Arturo Alessandri presentó sus respetos “a la memoria del hombre que más hiciera por la causa de la libertad”.
“Metamorfosis fascinante”
Hay quien le atribuye a Diego Barros Arana la “mala prensa” de Carrera. En su Historia General de Chile (1884-1902), reconociendo “la gallardía de su figura” y “la belleza de su rostro”, el autor afirma que ya en su primera juventud, antes de que su padre lo enviase a España, “el fuego violento de su alma y el conocimiento de su propio valer y del prestigio de su familia, lo habían hecho altivo, arrogante e indócil a someterse a las consideraciones sociales”. Y plantea que ese aspecto condiciona y explica su conducta posterior.
Varias décadas más tarde el historiador inglés Simon Collier diría que su intervención en la Patria Vieja fue “desastrosa”. Por su parte, Alfredo Jocelyn-Holt habla de un Carrera que es revolucionario porque su tiempo lo es: un caudillo moderno, dueño de un personalismo carismático. Y Gabriel Salazar habla de él y de sus hermanos como los introductores de un militarismo “cesarista”.
Pero la visión del personaje sigue en marcha y en 2012 lo hizo desde el otro lado de los Andes. La historiadora Beatriz Bragoni publicó en Buenos Aires José Miguel Carrera, un revolucionario chileno en el Río de la Plata 1814-1821, donde considera el contexto amplio e incierto en el cual le tocó vivir, particularmente tras dejar Chile, para no regresar, después del desastre de Rancagua (1814). En la obra da un cariz “rioplatense” a una figura que participa de la vida política y militar en lo que llegaría a llamarse Argentina, y cuestiona ciertas visiones asumidas por la historiografía chilena.
La idea fue, señala Bragoni, “abandonar supuestos historiográficos basados en juicios morales, y también dejar en suspenso el peso de los nacionalismos territoriales en la etapa de las independencias”. Agrega: “Mi interés por Carrera era analizar su trayectoria revolucionaria completa, lo que me condujo a identificar las variaciones de su perfil político en el tiempo y en el espacio; de esa forma, el Carrera que lideró el proceso revolucionario en Santiago y en su puja con Concepción, y el que es fusilado en la plaza de Mendoza en 1821, dan cuenta de una fascinante metamorfosis política que devela la manera en que la emigración y la marginación de la conducción revolucionaria radicalizó su posición e identidad política”.

Fuente :La Tercera